martes, 1 de mayo de 2018

MUCHO POR AQUÍ, MUCHO POR ALLÁ





   Aunque el primer título que me vino a la mente cuando empecé a dar vueltas al presente texto fue el que puede verse ahí arriba bien destacado, debo confesar que durante su proceso de elaboración (transcribiendo la entrevista, ordenando las notas tomadas durante la lectura del libro, dejándolo reposar mientras cumplía con compromisos adquiridos con anterioridad -aunque, por fortuna, en la mayoría de las ocasiones se convierten en disfrute lector y periodístico- porque a pesar de no parecerlo este blog procura mantener un cierto orden -uno bien particular, lo acepto, lo que no quiere decir que no exista-) he experimentado en dos o tres ocasiones la tentación de cambiarlo por Una madre bien vale una entrevista, al fin y al cabo puede decirse que fue así como conocí a Jorge Luengo hace ya unos cuantos años. En realidad, por supuesto, empecé a saber de él por su faceta  profesional, por su dedicación a la magia, por su premio en la categoría de invención del Mundial de tal disciplina celebrado en Pekín en 2009, motivo por el que apareció en algunos medios casi simultáneamente y, como siempre me he sentido atraído y fascinado por ese mundo en el que todo es posible, ese mundo siempre ilusionante y sorprendente, pensé que podría ser un invitado perfecto para una de las noches de agosto en que me hacía cargo del programa en solitario. Y la tantas veces efectiva (y entusiasta y vitalista) Pilar Bobadilla le localizó y, puesto que vivía en Cáceres, organizó lo que en la profesión se llama “un dúplex” (nuestro modo de vida habitual en Afectos en la noche con un servidor en Madrid y Silvia Tarragona en Barcelona), motivo que obligó (por los horarios de los centros territoriales) a grabar su intervención la tarde previa a su emisión. Cuando nos saludábamos antes de iniciar la entrevista, Jorge me dijo que no hubiese podido negarse a la misma puesto que, en cuanto le comentó a su madre que habíamos contactado con él, se reconoció como oyente fiel del programa, le habló de mí y le dio un par de recados muy cariñosos que aún me sonrojan (y, no se puede negar, me alegran y acarician el ego, por más que lo tenga a buen recaudo -pero son muestras de que alguien valora tu trabajo y eso es motivo de orgullo-); por lo tanto, siempre ha quedado como broma particular que, de no mediar su madre, jamás le hubiese entrevistado ni nos hubiéramos conocido (cosa incierta: él hubiese aceptado la invitación igualmente, pero la ilusión -nuevo guiño al asunto que nos ocupa- de su madre por escucharle en el programa le hizo poner fecha con celeridad y buenísima disposición “porque si es el lugar en que ella quiere que esté sólo puede ser benéfico” -o algo así, cito de memoria y con la emoción del momento un tanto sublimada-).

   Pero, aunque habíamos repetido experiencia y cruzado algún que otro mensaje por las redes sociales, teníamos una asignatura pendiente que aprobamos sin esfuerzo y con nota muy alta hace más o menos quince días cuando Jorge pasó por Madrid presentado su libro Supertrucos mentales para la vida diaria que ha publicado recientemente Temas de Hoy. No es, como alguien podría pensar por el título (y aún más por la leyenda que aparece en la portada Descubre de lo que eres capaz), un libro que pueda (ni deba) inscribirse en el bochornoso espacio cada vez más extenso, poblado y hasta hipertrofiado que tantos lugares en que se venden libros reservan a lo que se denomina “autoayuda” (ya le dimos una buena andanada hace poco cuando glosamos Dale vida a tu cerebro de Raquel Marín, no merece mayor atención -y sí mucha desatención-), tampoco es un manual para aprender a hacer magia (los magos nunca desvelan sus trucos o al menos, es algo personal, no me gusta que lo hagan: excepto alguna cosa concreta, rehúyo esos reportajes en que destripan sus espectáculos y les quitan toda la emoción, el misterio, la ilusión), aunque en sus páginas sí se comparten “algunos de los secretos que usamos en nuestros espectáculos: creo que son útiles para ayudar a utilizar el cerebro de una manera distinta, no sólo para recordar mejor o crear nuevas redes neuronales, sino para poder cambiar nuestra manera de sentir”. Si el currículum que presenta, ciñéndonos estrictamente al mundo de la magia, apabulla (y más por su juventud y su carácter autodidacta), el académico es igualmente admirable (posee tres ingenierías), en este momento me gustaría hacer hincapié en su titulación como neuropsicólogo, puesto que este saber recorre y alimenta su libro como ningún otro, base fundamental de lo que estudia, analiza y concluye, formación que le ayuda a crear ilusiones, a conocer a las personas para crear magia con y a través de ellas: “Con las herramientas adecuadas se puede llegar a la otra persona y lograr nuestro objetivo, aunque sea en algo tan natural como un hijo queriendo conseguir que el padre le deje llegar más tarde o ese mismo padre intentando convencer al hijo de que la hora que él dice es la adecuada. Y esas herramientas no son imponer, alzar la voz, amenazar: hay unas palabras mágicas que si se saben utilizar allanan el camino. Y no es manipulación, sino saber comunicar aquello que queremos, que se comprenda lo que queremos decir sin posibilidad de error o mala interpretación”.

   Jorge comienza el libro hablando de semántica, de los matices posibles de la palabra “ilusión” y abunda en el tema durante nuestra charla: “En castellano, es una palabra positiva, mientras que en inglés resulta negativa porque su uso más frecuente es para referirse a lo que se percibe como un fraude. Yo creo que tendemos a decir siempre “mago” porque es más corto, pero “ilusionista” me parece lo más preciso y es algo que reivindico”. Aunque el DRAE, al definir “ilusión” utiliza en un momento la palabra “engaño” (de los sentidos), es cierto que casi siempre la utilizamos para hablar de aquello que nos motiva, que deseamos, que nos activa, que nos invita a soñar; no importa, en el caso concreto que nos ocupa, que sepamos que hay truco, que hay algo que se nos escapa, porque ahí es donde reside la magia, en preguntarnos cómo ha sido posible lo que ha ocurrido delante de nuestros ojos, en ser incapaces de repetirlo, en quedarnos maravillados ante algo que no sabemos cómo calificar y, de nuevo, aparece la semántica, el tono en que una palabra se pronuncia, lo que se pretende señalar con ella: “En España, la palabra “truco” parece avisar de una trampa mientras que “juego” tiene una connotación muy positiva; en EEUU, ocurre lo contrario, sobre todo en Halloween, porque la frase que repiten los niños es “truco o trato”, todo como diversión. Cuando explico esto, siempre hay quien me pregunta por qué, entonces, he llamado al libro “supertrucos”, pero existe un motivo inapelable: la editora elige el título, jajaja. Por otro lado, se quiere señalar que existe una información con la que, si tú la conoces, puedes hacer algo similar, hay un secreto que se desvela, es un truco para poder negociar mejor con el jefe o para saber lo que la otra persona está pensando”. Y esa es la característica más apasionante (y, si se quiere, mágica) del libro, revitalizar, recuperar, hablar de, fijarse en saberes que no deberían estar desterrados de la formación más básica, de lo que se imparte en las aulas, de lo que toda persona tendría que aprender desde que empieza a tener entendederas para ello. Porque, por encima de todo, Jorge Luengo habla de oratoria, de dialéctica, de descifrar la comunicación no verbal, de persuasión, de saber negociar del modo más ventajoso para nosotros, de conseguir del otro lo que queremos, algo que hace el ilusionista sin que se note, nos camela, nos envuelve, nos anonada, pero jamás nos sentimos engañados, manipulados, obligados, anulados: “Con la magia busco provocar dos emociones básicas: la sorpresa y la alegría. Si las consigo, en realidad deben ir de la mano, todo lo demás viene rodado”.

   En un momento dado, dice que va a ponerme un ejemplo de lo que cuenta en el libro y que para eso debo pensar en una carta mientras saca la baraja de la mochila, le pregunto que si española o de póker, “la que prefieras, pero dímela”, “tres de corazones”, él me mira con estupor, me enseña el estuche (cerrado) que sacó hace unos segundos, “es que creo que he cogido la española”, “¿digo otra?”, “espera -extrae la baraja del estuche, efectivamente la que se ve es un caballo de espadas-, porque tú has hablado -va extendiendo las cartas, todas de cara- y ya hay una carta dada la vuelta y sería tan bonito que fuese el tres de corazones” -que, obviamente, es-, miro sus manos como si fuese a encontrar la solución en ellas, me río, aplaudo, el estuche ya estaba a la vista (y cerrado, repito) cuando dije la carta, no entiendo nada pero soy feliz (adoro la magia, más la de cerca, la que pasa por ti, la que se hace al lado) y él me dice que en el libro hay claves para saber de qué manera (confiesa) me ha hecho pensar en el tres de corazones que estaba dado la vuelta antes de que yo me sentase frente a él: “Lo que pueden ser llamados con propiedad trucos de magia, no desvelo ninguno: hablo de alguna de las técnicas que utilizo para sorprender, se hacen guiños concretos aquí y allá, pero no es un manual para ser mago, sino un libro con trucos mentales, esos que hemos llamado supertrucos, cosas que se explican con sencillez y si las pones en práctica te das cuenta de lo fácil que es hacerlo. No desvelo nada, repito, sólo pretendo que la gente vea el trabajo que hay detrás de lo que un mago, un mentalista, un ilusionista, cada cual que utilice la palabra que prefiera, hace en el escenario y creo que así lo pongo en valor”. En ese sentido, uno ya viene convencido de casa, viene seducido de antemano por la capacidad de profesionales como Jorge Luengo (y encima siempre supera las expectativas), pero el libro hace aumentar esa admiración y, además, permite el reencuentro, como se dije, con algunas enseñanzas que no deben perderse o quedar en el olvido y con otras en que no se profundizó lo suficiente en su momento (hablo de mis estudios universitarios) o te hace caer en la cuenta de que, adaptándolas a ti, ya las utilizas (lo que cuenta de la bandeja de spam es similar a lo que a veces he hecho yo fingiendo mala cobertura, se me da muy bien hablar entrecortando palabras y, así, la otra persona empieza “Óscar, no te oigo bien, no te muevas” y, tras unos segundos, cuelgo impunemente y apago el móvil -ahora ya no podré hacerlo más, al menos durante unos días, aunque tampoco utilizo demasiado ese recurso, jajaja-; también los trucos nemotécnicos para no olvidar ciertos datos -hoy mismo demostré y comprobé que dan buen resultado al decirle a mi sobrino de tirón las 20 palabras que Jorge propone-). “Ya, ya, pero esto tiene truco”, nadie lo niega, pero eso no impide que la magia exista, no en vano el DRAE también la define como “encanto, hechizo o atractivo de alguien o algo” y tanto en escena (o televisión) como en el cara a cara Jorge Luengo la posee por arrobas y, encima, nos anima y ayuda a explotar la nuestra.