martes, 25 de abril de 2017

CRÓNICA NEGRA







    Aunque la emoción ante un libro que me resulte apetecible (incluso diría apetitoso, ya que la boca se me llena de saliva e incluso me relamo si es un título largamente esperado por una razón u otra), aunque el tamborileo del corazón, el crujir de tripas, las reacciones físicas y emocionales sean fácilmente perceptibles y no han menguado en lo más mínimo (como mucho, he aprendido a contenerlas, a refrenarlas si la ocasión así lo exige), es cierto que en los años de adolescencia, aquellos en que quería leerlo todo, esos en los que descubrir a Bastián y querer, como él, ser abducido por las páginas de La historia interminable (aunque, adorando ese libro como lo hice, puesto a vivir tal experiencia, me parecía mucho más atractivo acompañar a la señorita Marple en alguna de sus pesquisas, ser el cuarto investigador en aquella colección presentada por Alfred Hitchcock o formar parte de la impresionante nómina de personajes que poblaban las páginas de Los renglones torcidos de Dios, me daba igual tener que estar internado en un psiquiátrico -rarezas (o no tanto) de ratón de biblioteca-, el caso era formar parte de aquellas historias que me ayudaban a soñar, con las que llenaba horas de diversión, evasión y aprendizaje), antes de irme por las ramas como tantas veces quería decir que en ese periodo en que empezaba a ser lector adulto aparecían miles de libros que reclamaban imperiosamente mi atención sólo por su sonoro título, así fueron apareciendo en mi vida lectora Y Dios en la última playa, El dios de la lluvia llora sobre México, Los cipreses creen en Dios (me acabo de dar cuenta de repente de que esta palabra se repetía mucho), Toda la noche se oyeron pasar pájaros, Los árboles mueren de pie (antes de representarla, antes de conocerla, cuando mi hermana me dijo que estaba ensayando con su grupo de teatro una obra así titulada me estremecí -qué imaginé ya no lo recuerdo, pero Casona me atrapó desde ese momento-) y, por supuesto, Crónica sentimental en rojo que le valió a Francisco González Ledesma el Planeta de 1984, un libro que tardé demasiado en leer (ya en la Facultad), en parte porque ignoraba que se trataba de una novela policiaca, aunque puede que llegase en el momento debido para apreciarla en toda su complejidad, en su riqueza expresiva, en cómo poner en valor un género tildado de “fácil”, “menor” o cualquier otro adjetivo que le reste méritos sin renunciar a la adrenalina, al entretenimiento, al eterno juego del rompecabezas (también es cierto que ya conocía a Vázquez Montalbán, lo que debió ayudarme a tomar el pulso a don Francisco sin titubeos ni extrañezas).
   Era lógico que aquel chaval que, sin ser consciente de ello, descubría una manera de hacer periodismo que se desdeña en demasiadas ocasiones metiendo a todo el mundo en el mismo saco (hay múltiples ejemplos a reivindicar, hay maestros de los que aprender cómo narrar lo escabroso con sobriedad, sin recrearse en los aspectos más sanguinolentos o mórbidos, sin caer en el amarillismo, sin exagerar ni reinventar, sin necesidad de titulares manipulados o directamente falsos), ese que, lector ávido e insaciable, devoraba el Pronto de cabo a rabo y consumía esos reportajes impactantes entre el delirio y el asombro (aunque ya se sabe lo que sucede con la realidad), esos relatos basados en hechos reales (así se anunciaban) que, muy posiblemente, apenas tenían semejanza con lo sucedido, el mismo que adoraba Lou Grant y fue seguidor de Página de sucesos y, muy especialmente, de la primera temporada de La huella del crimen (también de las sucesivas, pero nada como aquellos seis capítulos -con excepción de Amantes, pero al final se convirtió en película y eso que salimos ganando todos, especialmente el cine español al poder sumar otra obra maestra-), era, decía, lógico que la prosa de González Ledesma me sacudiese de la forma en que lo hizo, aún más cuando en ese momento estudiaba Periodismo y sus vínculos con la literatura llamaban mi atención, y nada mejor que la novela negra para reforzarlos y dar fruto. Y esa ha sido una de las máximas alegrías al leer Deudas del frío de Susana Rodríguez Lezaun publicada hace poco por Debolsillo: se nota para bien que su autora lleva muchos años dedicada al oficio en su atención a los detalles, en su cuidado por ofrecer descripciones precisas en las que nada pueda ser malinterpretado, en su saber dar respuesta a los interrogantes que van naciendo en el lector (no a todos en el orden piramidal que se nos exigía en las prácticas, no al principio, por encima de todo estamos ante una novela y los datos se suministran en el orden y la cantidad convenientes y precisos para que el interés no decaiga y el misterio parezca irresoluble hasta que a la autora le convenga identificar al criminal), tal vez haya quien me diga que eso son sutilezas o que sólo alguien del gremio puede captarlo, y es muy posible que esté en lo cierto, sea como sea eso no afecta en nada a cómo la trama envuelve y los personajes cobran vida, a cómo Deudas del frío es una novela con una estructura compleja que jamás desorienta y en la que cada pieza cumple con su función para que funcione una maquinaria que, además, va a tener continuidad, de hecho esta que nos ocupa es la continuación de Sin retorno, primera novela de Susana Rodríguez Lezaun, aunque puede disfrutarse igual sin haber leído aquella, incluso en algunos tramos gana en inquietud y sorpresa al no conocer sucesos previos hasta que son recordados.
   Y en esta ocasión también elaboré un cuestionario, temiendo quedarme corto, explicarme mal, confiando en la profesionalidad y años de dedicación de Susana para captar las intenciones de un colega que a veces deja la pregunta en el aire y sin formular (valga lo de “colega” si puedo seguir considerándome tal -al menos en lo íntimo, en cómo encaro mis escritos, mis entrevistas y cualquier asunto que de una forma u otra tenga que ver con el periodismo, sigo ateniéndome a determinados parámetros profesionales, sigo aplicando cierta ética, no olvido valores que deben presidir las tareas propias de este oficio-), no sé si lo hizo, el caso es que respondió con brillantez, contundencia y pertinencia, entrando en conversación y aportando contenido que, a buen seguro, abrirá a más de uno las ganas de hacerse con Deudas del frío (o puede que opten por empezar la serie por el principio), a ratos un espléndido reportaje de lo que sucede ahora mismo, por momentos un fresco con personajes reconocibles que transitan por calles, lugares y edificios que pueden ubicarse en un mapa, una crónica descarnada pero profundamente realista (uno se atrevería a decir que es un compromiso que adquiere la escritora sin poder -ni querer- olvidar la periodista que es), una vibrante que hunde sus raíces en el germen de la novela negra, es decir, la depresión, la desolación, la miseria, lo puramente social. Dejemos que sea la propia Susana Rodríguez Lezaun la que aporte algunos datos más:

   1.- Ante una novela tan compleja, sólidamente armada, con varias tramas enhebradas en torno a la principal, ante una novela tan sumamente elaborada como Deudas del frío, uno tiende a pensar que gran parte de la misma (al menos lo que hace referencia a la relación entre Vázquez e Irene, epicentro del libro) nació al mismo tiempo que Sin retorno o al menos durante su elaboración…
         Y no te equivocas. Sin retorno nació con visos de continuidad. Desde el principio me di cuenta de que la historia de David Vázquez e Irene Ochoa era demasiado intensa y compleja como para encerrarla en un solo libro, que necesitaba espacio suficiente como para desarrollar todo lo que podía dar de sí.

   2.- Toda novela negra (en cualquiera de sus variantes o posibilidades), aún más cuando nace (o parece hacerlo) con vocación de serie, con continuidad, tiene uno de sus pilares más sólidos en la figura del detective, del investigador, del personaje con el que el lector debe desarrollar complicidad y empatía. ¿Cómo nació David Vázquez? ¿Fue el protagonista desde el principio, apareció un tanto de improviso, se impuso a otros candidatos cuando la historia aún estaba en su germen?
       David Vázquez fue mi protagonista desde el principio, aunque también desde el germen de la novela ha compartido el pódium con Irene Ochoa. Podría decirse que van “a medias”, pero en ningún momento he dudado de que son ellos y sólo ellos quienes llevan las riendas de la historia. 

   3.- Se percibe un gusto por el detalle, por los mínimos gestos, por la descripción minuciosa que aporta una enorme verosimilitud a la historia y sirve, además, para que conozcamos muy íntimamente a los personajes, todo ello sin perder de vista la tensión que precisa la resolución de un crimen. ¿Cómo consigue armonizar, equilibrar y fundir en uno solo lo que, en teoría, serían estilos y formas de narrar muy diferentes?
       Hay varios puntos que me planteo como imprescindibles a la hora de escribir: uno es que el lector sepa dónde transcurre la acción y recree en su mente no sólo los lugares, sino también a las personas, e incluso sus gestos; es decir, que la novela transcurra como una película en su cabeza. La segunda condición es que quiera seguir leyendo, que el lector no quiera cerrar el libro, que desee avanzar. Creo que para conseguir que la tensión se mantenga el lector debe “ver” la historia, y no puede hacerlo si no le doy detalles. Lo difícil es conseguir el equilibrio en las descripciones, lograr que sean efectivas sin llegar a aburrir. Por eso releo miles de veces las escenas, para alcanzar, o al menos rozar, ese punto de equilibrio entre descripción y tensión narrativa.

   4.- De entre los varios hallazgos de Deudas del frío destacaría sin dudarlo todo lo relacionado con el personaje de Gabriela, siendo uno de los momentos más estremecedores (en el que cuesta reprimir las lágrimas) cuando su marido habla con Vázquez. ¿Qué puede contar sobre la creación de este personaje?
      Gabriela es muy especial para mí, y lo es porque sé que existe. No la conozco, pero es el personaje que menos me cuesta imaginar como real. Gabriela es fruto de mi propio miedo, de la angustia durante aquellos primeros años de la crisis, del temor a perder el trabajo, a quedarme sin ahorros, a no ser capaz de mantener a mi familia. La pregunta que me hacía entonces era: ¿hasta dónde sería capaz de llegar para proteger a los míos? Sé que muchos padres y madres se hacen esa misma pregunta. La respuesta de Gabriela, asustada y acuciada por la necesidad, fue dedicarse a la prostitución. Sin duda, Gabriela es uno de los personajes que con más cariño y ternura he creado, quizá precisamente por lo dura que es su vida. 

   5.- Respeta el canon más extendido de la novela negra al poner el foco en un asunto que ocupa páginas en los medios de comunicación, al usar el género como manera de escarbar en la atmósfera ominosa en que estamos inmersos, al practicar una crónica social que destila descontento, reprobación, que no duda en tomar partido. ¿Fue el escenario el que le ayudó a construir la novela o, por el contrario, éste fue encontrando su sitio mientras la iba planificando?
       Además de escritora, soy periodista, y como tal siempre tengo la vista puesta en la actualidad. Pero por otra parte, la novela negra siempre ha sido un escaparate de las miserias de la sociedad, casi por definición, este género muestra lo más oscuro del ser humano.
       Deudas del frío empezó a fraguarse en mi cabeza durante aquellas semanas en que las calles y plazas de toda España estaban llenas de personas indignadas que gritaban contra la corrupción, los recortes, los desahucios… Fue una especie de catarsis colectiva, desconocida hasta ese momento, preocupante e ilusionante a partes iguales. Ahí nació parte de la trama de mi segunda novela. Sin duda, sin crisis no existiría Deudas del frío

   6.- Puede que de alguna manera haya respondido a esta pregunta con la anterior, pero ¿es tal vez su formación y práctica periodística la que la lleva, puede que más o menos inconscientemente, a no desprenderse de la actualidad, de la realidad, de lo más cercano, a la hora de pergeñar historias?
      Por supuesto. Tengo ojos de periodista, no lo puedo evitar. Miro, observo, escucho y analizo, es deformación profesional. De hecho, cuando estaba a punto de publicar mi primera novela, Sin retorno, en la editorial me decían que mi prosa era “demasiado periodística”. Estoy convencida de que los periodistas, sobre todo aquéllos que llevan, como yo, más de dos décadas dedicándose a la profesión, vemos las cosas de manera diferente al resto de la sociedad, y cuando damos el paso para convertirnos en escritores, nuestra cabeza elabora las historias también de modo distinto. 

   7.- La nómina de personajes secundarios (tanto los más episódicos como los que acompañan al protagonista) abre muchas posibilidades a la hora de continuar la serie gracias a un dibujo preciso de personalidades y psicologías. ¿Hay alguno que pujase por cobrar más importancia de la necesaria para Deudas del frío? ¿Hay alguno al que le hubiese gustado dedicar más tiempo?
       En varias ocasiones he tenido que “robar” protagonismo a algún personaje secundario para no desviar demasiado la atención de la historia principal y para que el número de páginas no superara lo que yo considero “aceptable”. Sin embargo, hay algún personaje, como Ismael Machado o la familia de okupas, a los que me hubiera gustado dedicar más espacio. Quizá lo haga próximamente, al menos con Machado, que forma parte del elenco fijo de personajes. 

   8.- Van en aumento en los últimos tiempos las voces que (tanto entre los periodistas -ejerzan o no la crítica literaria- como entre los lectores) señalan la sobreabundancia de novela negra en el mercado, saturando a los usuarios y aún más a los que rechazan el género, es cierto (opinión personal) que se abusa de esa etiqueta para vender como tales cosas que no lo son (y ni siquiera lo parecen más allá de la frase promocional). ¿Cómo ve el panorama alguien que optó por ese género para debutar como novelista hace pocos años?
       La novela negra, tantas veces denigrada y tachada de “género menor” en el pasado, ha demostrado ser, sin embargo, una de las más demandadas por los lectores. Esto ha hecho que, efectivamente, escritores de otros géneros, algunos ya con un nombre y una trayectoria muy hecha, hayan decidido probar fortuna en la novela negra, y no siempre les ha ido bien. Hay muchos libros, como bien dices, a los que se les aplica la etiqueta de “negro” con la intención de vender más libros, cuando no lo son. Creo que eso es contraproducente para la editorial y para el escritor, porque creo que al lector le engañas una vez, pero no dos, y si le prometes algo que luego no le das, desconfiará y no volverá a leerte.
        Por otra parte, la novela negra nunca ha gozado de una salud tan buena como en la actualidad. Hay escritores nacionales e internacionales de una calidad increíble, se organizan multitud de eventos en torno a la novela negra y los últimos bestsellers pertenecen todos a este género. El lector sabe distinguir lo bueno de lo malo, lo ha hecho siempre y lo seguirá haciendo. 

   9.- ¿Se plantea escribir alguna novela sin Vázquez como protagonista (tal vez no ahora mismo, pero sí dentro de un tiempo)?
Lo estoy haciendo ahora mismo, trabajo en una novela sin Vázquez, lejos de Pamplona y de todo lo que me es conocido y cómodo. Tenía que hacerlo, lo necesitaba después de tres novelas (la tercera se publicará próximamente) con los mismos personajes. Pero volverán, eso seguro. De hecho, en mi cabeza ya asoma un nuevo caso para el inspector Vázquez… 

   10.- Como lectora, ¿quiénes son sus autores favoritos dentro del género? ¿Cuáles de ellos son sus referentes a la hora de escribir? O, de no ser ninguno de los citados, saliendo de lo estrictamente policiaco, ¿a quién citaría como influencia y/o magisterio recibido?
        Tengo que reconocer que he recibido muchas influencias literarias a lo largo de mi vida. De pequeña leía a Pearl S. Buck y a Agatha Christie, por ejemplo, pero con el paso de los años he tenido la fortuna descubrir libros maravillosos. Siento una especial reverencia por Manuel Vázquez Montalbán, que además ha tenido a bien prestarme el apellido para mi protagonista, y Gabriel García Márquez, pero recuerdo cómo me ha conmovido y removido José Luis Sampedro, cómo me asombraron las descripciones de El perfume de Patrick Süskind, o la importancia que tuvo para mí leer a Pío Baroja cuando era una adolescente, sobre todo Zalacaín el aventurero, porque descubrí que no había que irse a tierras lejanas y exóticas para conseguir una narrativa interesante.
      Citaría muchísimos autores más, y muchos actuales también. De todos aprendo algo, porque de lo que sí estoy convencida es de que, para ser escritor, primero hay que ser lector.